Canary, de Snyder y Panosian

Nos llega de mano de Norma Cómics la obra de Scott Snyder y Dan Panosian, 6 números publicados originalmente en 2023 por Dark Horse, en una edición en cartoné.

Podríamos definir Canary como un experimento narrativo que cruza el imaginario clásico del Viejo Oeste con una atmósfera de horror inquietante, logrando un híbrido que funciona como homenaje y, al mismo tiempo, como ruptura.

La primera impresión es la de estar ante un western reconocible: un sheriff, un pueblo perdido en medio de la nada, tensiones que se intuyen bajo la calma polvorienta. Sin embargo, pronto se percibe que algo no encaja. Esa sensación, ese leve desajuste que atraviesa el relato, es el motor del cómic. Lo familiar se contamina, lo cotidiano se convierte en amenaza, y el lector queda atrapado en una lectura donde la incomodidad es constante.

El guion destaca por su economía de recursos. Los diálogos son breves, nunca redundantes, y las escenas se apoyan en silencios prolongados que obligan al lector a detenerse. Esta decisión estilística no es menor: en un western clásico, el silencio suele preceder a la acción; en Canary, el silencio es la acción, porque es en esos vacíos donde germina la tensión.

Página de Canary
Página de Canary

 

El misterio central no se expone de manera explícita. El guionista apuesta por un avance pausado, con revelaciones dosificadas que nunca entregan todas las respuestas. Esta estrategia puede resultar frustrante para quienes esperan una narrativa cerrada, pero es precisamente esa ambigüedad la que potencia el tono inquietante de la obra. Canary no busca resolverlo todo; busca generar la sensación de que lo inexplicable está siempre a punto de irrumpir.

Desde un punto de vista crítico, es interesante cómo se construyen los personajes. Aunque al inicio parecen responder a arquetipos clásicos del western —el sheriff endurecido, la comunidad atrapada por sus secretos—, pronto se revelan más complejos. El guion no los idealiza ni los condena de manera tajante; los presenta como seres humanos fracturados, lo que refuerza la idea de que no hay héroes capaces de enfrentar el verdadero horror.

El dibujo de Dan Panosian es quien concreta la atmósfera. Aquí no hay paisajes épicos ni romanticismo visual. El trazo es crudo, irregular, casi abrasivo, lo que encaja perfectamente con un relato que quiere incomodar más que deslumbrar. Lejos quedan sus días de los excesos de Image en los años 90, ya que sus líneas han adquirido una gran madurez. Casi parece que estemos ante un cómic europeo en su concepción.

La paleta de colores merece una mención aparte. Predominan los tonos terrosos, amarillentos y ocres, que transmiten aridez y desgaste. Pero a medida que la narración se adentra en terrenos más oscuros, esos colores se ven invadidos por sombras más densas y tonos rojizos que rompen la armonía. Es un recurso visual muy efectivo: no se necesita mostrar explícitamente la amenaza, basta con insinuar que incluso el paisaje está siendo corrompido.

Página de Canary
Página de Canary

 

Otro aspecto destacable es el uso del espacio en la página. Las viñetas amplias, cargadas de vacío, funcionan como pausas que obligan al lector a respirar dentro de un entorno hostil. En contraste, cuando el horror se insinúa, la composición se fragmenta y estrecha, como si el mundo se estuviera cerrando sobre los personajes. Este contraste rítmico convierte la lectura en una experiencia casi física.

Una de las decisiones más inteligentes de Canary es la manera en que aborda el horror. No recurre a lo grotesco ni a lo espectacular, sino a lo sugerido. El miedo se construye desde la incomodidad, desde lo que no se dice ni se muestra del todo. Esa aproximación lo acerca más al horror cósmico o existencial que al terror gráfico.

Lo inquietante no es un monstruo tangible, sino la certeza de que hay algo que opera más allá de la comprensión de los personajes. Este enfoque conecta con el western de forma sorprendente: si el género clásico siempre habló de la lucha del hombre contra un territorio hostil, aquí el territorio no es solo hostil, es inexplicable, y esa diferencia cambia las reglas del juego.

En lo personal, considero que esa decisión arriesgada es lo que convierte a Canary en una obra valiosa. El cómic no busca complacer ni entregar certezas fáciles; apuesta por la inquietud como herramienta de inmersión. Y aunque no siempre lo logra con la misma intensidad, la propuesta merece ser reconocida por su audacia.

Al terminarlo, queda la sensación de haber atravesado un territorio conocido pero transformado, como si el propio género del western hubiera sido contaminado por algo ajeno. Esa huella, difícil de borrar, es lo que en mi opinión convierte a Canary en una obra digna de atención crítica.

No es un cómic perfecto, pero sí uno que se atreve a romper moldes y a plantear preguntas más que respuestas. Y en un panorama donde muchos títulos prefieren lo seguro, esa valentía lo convierte en una lectura imprescindible para quienes buscan algo más que un entretenimiento pasajero.

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